Una leyenda cuenta que Noé, en el Arca, observó que los ratones se habían reproducido a un ritmo vertiginoso, poniendo con ello en peligro la duración de las provisiones. Invocó pues la ayuda del Señor, quien le indicó que debía acariciar tres veces la cabeza del león. Este último estornudó, y de sus fosas nasales surgió una pareja de gatos que de inmediato se pusieron manos a la obra, restableciendo de inmediato el equilibrio en la embarcación.
Entre los machica, pueblo predecesor de los incas, el gato era considerado una divinidad de orden superior.
Para los celtas, los ojos del gato representaban las puertas que conducían hacia el reino de las hadas.
Para los antiguos griegos, el origen del gato se remontaba a Artemisa, diosa de la caza, que había dado vida al gato para poner en ridículo a su hermano Apolo, que previamente había creado al león para asustarla.
La leyenda cuenta que los gatos siameses tenían la misión de proteger las ánforas llenas de oro en los templos dedicados a las divinidades. Cumplían tan bien su misión que, a fuerza de mirar la vasija, sus ojos se volvieron estrábicos, y la cola, que sujetaba firmemente las asas, se torció.
Durante la Edad Media, existía la creencia de que los gatos, particularmente los gatos negros, tenían la habilidad de convertirse en brujas, y viceversa.
En 1233, el Papa Gregorio IX declaró que los herejes adoraban al demonio en forma de gato, lo que dio lugar a una persecución que se prolongó durante siglos.
A mediados del siglo XIII, el renacimiento en Alemania del culto pagano a Freya fue suprimido, y sus seguidores fueron relacionados con gatos y perseguidos.
En el siglo XIV, el Papa Clemente decidió acabar con la Orden de los Caballeros Templarios, acusándoles de homosexualidad y de adorar al demonio en forma de gato.
En algunas regiones del sur de Estados Unidos todavía se piensa que, si se permite a un gato acercarse a un cadaver humano, una horrible desgracia caerá sobre la familia del difunto.
Para controlar a las ratas a bordo de los barcos, los armadores del siglo XVIII decidieron embarcar gatos. Allá donde naufragaban los barcos, los gatos solían escapar con vida. Esto explica cómo estos felinos han llegado a lugares tan dispares como la isla de Marion, en la zona subantártica, o a las Galápagos.
Entre los galos, se castigaba la muerte de un gato con el equivalente de una oveja y su cordero, o a la cantidad de trigo necesaria para cubrir completamente el cadaver del gato suspendido por la cola, con el hocico tocando el suelo.
Los egipcios inoculaban a los gatos algunas gotas de su sangre para protegerles de las enfermedades y los malos espíritus. Estaba prohibido matar a un gato, bajo pena de muerte, y cuando el gato moría, los egipcios se afeitaban las cejas en señal de duelo.
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