Aunque entres en una alberca de agua fría y arrayanes que tenga disuelta dentro columnas, estrellas y aires; aunque con buriles nuevos acuñen nueva tu imagen, y un sayón bartolomeo piel a tú digas te arranque; aunque nacieras de nuevo en el vientre de tu madre y el Padre Santo de Roma de nuevo te acristianase, los besos que yo te di no te los quitará nadie, que vas reluciendo besos pregonando su linaje, brillando y oscureciendo como una luna en dos fases que nunca mata el creciente porque no quiere el menguante. La saliva de mis besos no se te pegó a la carne. Si se te hubiera pegado arrancarla, fuera fácil y pisotearla luego, cosas de buenos amantes; pero no fue pegadiza, no fue postura de traje que en una feria, se compra y en otra feria, se añade, y cuando pesa, se cambia conforme cambia el paisaje, como un catorce de mayo que no quiere sofocarse. La saliva de mis besos te cimentó, la raigambre, la respiraron tus huesos, la comieron tus ijares te clareó las entrañas, te hizo crecer ...